La leyenda asegura que su dueño llegó a adorar fervientemente a este caballo hasta el extremo de construirle para su uso exclusivo un palacio con seridores, mobiliario de lujo y caballerizas de preciosos mármoles y pesebres de marfil.
Su dueño, cuando estaba cuerdo, atendía al nombre de Calígula, uno de los más sonados emperadores de Roma.
Esto hizo que fuese él, y no el caballo, el mayor esperpento de la Roma imperial.
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